28 octubre 2021

Nostalgia del cielo

P. Santiago Martín FM


El Papa emérito, Benedicto XVI, ha escrito una breve y cariñosa despedida a un amigo suyo, teólogo y monje cisterciense, de 91 años, que acaba de fallecer. 

Lo más emotivo de la misma son estas palabras: “Ahora ha llegado al otro mundo, donde estoy seguro de que ya le esperan muchos amigos. Espero poder unirme a ellos pronto”. “Espero poder unirme a ellos pronto”, dice el Papa, mostrando así un anhelo de dejar ya este mundo para estar definitivamente con Dios en el cielo y también con aquellos que le han precedido. 

Esta nostalgia por el Paraíso tiene los timbres de aquellas palabras de San Pablo en la Carta a los Filipenses: “Para mí la vida es Cristo y una ganancia morir”. O aquellas otras de Santa Teresa: “Vivo sin vivir en mí, que tan alta vida espero, que muero porque no muero”. Los santos tienen siempre los pies en la tierra, pero mantienen su cabeza puesta en el cielo. 

Cristo no nos enseña a desentendernos del mundo, como si nuestro objetivo fuera llegar a un nirvana de indiferencia total ante los dolores propios o ajenos. Nos enseña que hay que dar de comer al hambriento y vestir al desnudo, pero que todo eso servirá para que Él un día nos diga: “Ven, bendito de mi Padre”. 

Sin la referencia permanente a la vida eterna, la moral cristiana pierde su fuerza y se hace insoportable. Basta con leer las bienaventuranzas para darse cuenta de que, para Cristo, todo alcanzaba su plenitud más allá de esta vida, porque es allí, en el cielo, donde los pobres serán saciados, los misericordiosos recibirán misericordia y los perseguidos por ser fieles a Cristo recibirán la corona de la gloria. 

Las promesas se cumplirán si hay vida eterna; si ésta no existe todo habrá sido un engaño colosal. Pero, como también dijo San Pablo: hay vida eterna porque Cristo ha resucitado de entre los muertos.

Pero, ¿tenemos esta nostalgia del cielo? ¿La Iglesia católica de hoy, laicos, curas y obispos, creen, creemos, en la vida eterna? Mi impresión es que la inmensa mayoría no lo tiene presente en su vida cotidiana. Algunos, incluida buena parte de la jerarquía, han suprimido de la predicación -porque antes lo han suprimido de su propia fe- la existencia del infierno y del purgatorio; es de mal gusto hablar de eso. 

Si se habla del cielo, lo cual casi nunca se hace, se ofrece una especie de limbo nebuloso e indefinido, al que llega todo el mundo sin grandes exigencias. El claro y duro mensaje de Cristo sobre el juicio ha sido guardado en el arcón de los trastos viejos pasados de moda, sin darse cuenta de que, al hacerlo, se priva al hombre del estímulo para hacer el bien y evitar el mal, lo mismo que se privaría del estímulo para estudiar al alumno al que se le dijera al iniciar el curso que no hace falta que estudie porque de todas formas le van a dar el aprobado. 

Esta Iglesia “buenista” no conoce al hombre y con la mejor intención le hace mucho daño. Y tampoco quiere conocer a Dios cuando lo que dice el Señor resulta demasiado exigente. Que nadie hable de cruz, que nadie hable de sacrificio, que nadie hable de esfuerzo, esos parecen ser los lemas de nuestra triste época. 

Por eso son un regalo estas palabras del Papa emérito, que nos muestran dónde tiene que estar puesto nuestro corazón. Atribuyen a Lope de Vega unos versos que han servido de luz a muchos católicos y les han ayudado a hacer el bien y a evitar el mal: “La ciencia más acabada/ es que el hombre en gracia acabe,/ pues al fin de la jornada,/ aquél que se salva, sabe,/ y el que no, no sabe nada”.

Mientras llega el momento de ese “por fin”, que exclamó Santa Teresa cuando le llegó su hora, seguimos ocupándonos de las cosas de aquí. Por ejemplo, de las certeras palabras del cardenal Müller, que ha recordado que los obispos son sucesores de los apóstoles y no delegados del Papa, y que los que son de verdad pastores de su pueblo no se someten a los dictados del mundo, sino que siguen al Señor y les ofrecen íntegramente a sus feligreses las palabras del Maestro, que es el único Salvador del mundo y el único que es Camino, Verdad y Vida.

Esperamos con ansia que llegue la hora de ir al cielo, confiando en la misericordia de Dios, pero mientras llega esa hora le pedimos al Señor que venga pronto a salvarnos porque, como le dijo a San Francisco, es evidente que la Iglesia, su casa, amenaza ruina.