09 diciembre 2021

La Corona y la Constitución

Tom Burns Marañón


Los verdaderos objetivos de los ataques de los rupturistas con la Transición hacia don Juan Carlos son el Rey Felipe VI y la monarquía.

El sarcasmo no es tanto, aunque también, que España esté hoy sesteando porque se celebra una Constitución que es la mejor que ha tenido en su historia pero que, aparentemente, más y más españoles cuestionan. Los acomodaticios que se pasarán el puente adormilados no quieren ver ambas realidades.

La ironía mayor es que no descansan quienes están empeñados en destruir del todo la imagen de quien hizo posible el más prolongado periodo de paz, progreso y prosperidad que ha conocido este contradictorio y contemporizador país. Muchos dirán que hay muy poco que festejar estos días porque se ha prolongado la investigación inquisitorial sobre el patrimonio de don Juan Carlos. Sin poderse defender, el Rey Emérito ha sido condenado a seguir en el exilio.

¿Tres años de pesquisas, y la colaboración total del interesado, no han sido suficientes? ¿De verdad requieren los fiscales otros seis meses para echar luz sobre el asunto? Veteranos de la vida pública dicen que la indagación responde a una agenda política disruptiva y terminal. Dicen que se está mareando la perdiz. En el punto de mira está una pieza de caza mucho mayor que la de un pájaro de corto vuelo.

El anuncio ha sido un jarro de agua fría para quienes deseaban fervientemente el regreso para navidades del conductor de la concordia de 1978. Son los que reconocen en la Corona el símbolo de la permanencia de España en su historia, en su presente y en su futuro. La forzada ausencia de quien tan decisivamente la ostentó debilita la función y la utilidad de la institución.

Esto lo saben mejor que nadie los rupturistas que mueven sus fichas revanchistas. La estrategia es muy clara. Se hostiga, vapulea, empequeñece y arrincona al Rey Emérito para a continuación darle jaque mate a Felipe VI. La labor inmediata es destruir la peana sobre la cual se alza el soberano.

Al paso actual llegará el día cuando una mayoría parlamentaria anulará la inviolabilidad de la Corona que garantiza la actual Ley de Leyes. La narrativa para justificar tal iniciativa es relativamente fácil de construir en estos tiempos de política líquida y de wokismo. Y la votación será el trámite previo a la eliminación de una jefatura de Estado hereditaria.

¿Política ficción? Esto es lo que le vino a decir Alfonso XIII a Miguel Maura cuando el hijo de don Antonio le dijo en 1930 que se "despedía" de él porque se marchaba a la República. Al año el Rey estaba camino de Cartagena y Maura fils hacia el Ministerio de la Gobernación como miembro del gobierno provisional del nuevo régimen. España se había acostado monárquica después de acudir a las urnas en unas elecciones municipales y había amanecido republicana.

El relato que esconde la persecución de don Juan Carlos tiene su fin predestinado. Ya no se festejará la Constitución el 6 de diciembre, porque se celebrará cada catorce de abril la recuperación de la republicana. Unas Cortes constituyentes (puede que sean las de la siguiente legislatura) se encargarán de limpiar, fijar y dar esplendor a lo acordado en 1931. Será la restauración de la legalidad que Franco y su heredero arrebataron al pueblo español.

Los narradores del guerracivilismo y de la ruptura son, de momento, los que militan en la izquierda radical y el secesionismo unilateral. Lo que cuentan, en el relato más bodrio, es que fascistas y militares pisotearon un sistema que fue el paradigma de la libertad y que la dictadura franquista se revistió con el ropaje de una monarquía parlamentaria para que todo siguiese igual.

Lo que urge es refrescar la memoria con sensatez. A la muerte de Franco, don Juan Carlos pilotó una transición institucional "de la ley a la ley" que, sin traumas, reconoció el pluralismo político y la diversidad de una España moderna. Y la reconcilió. Pudo no haberlo hecho. Pudo haberse dedicado a ser un príncipe playboy en Estoril. Pero se las arregló para ser el sucesor de Franco a título de Rey y se sirvió del poder total que heredó para devolver la soberanía a los españoles.

Cabe instruir que cuando don Juan Carlos acudió al Congreso de los Diputados para ratificar la Constitución de 1978 el entonces presidente de las Cortes, Antonio Hernández Gil, dijo: "La Monarquía que no dudó en promover el tránsito del pueblo hacia la democracia, recibe de ella la proclamación legitimadora". 

Y añadió en ese lenguaje ofuscador que es tan propio de los juristas: "Y correlativamente, la democracia, en cuanto ha dado lugar a un Estado de derecho, recibe a través de él la configuración política de la Monarquía parlamentaria".

Lo que dijo el presidente de las Cortes, traducido a un lenguaje inteligible, fue: "Gracias al Rey tenemos la democracia y contamos con él porque queremos que la Corona la garantice". Conviene recordarlo en el sesteo de hoy.