24 noviembre 2021

Cuánto ignoras, my friend

Alberto Pérez de Vargas


Por más que yanitos y especies allegadas se empeñen, el general Franco no es el profeta de todas sus cuitas.

Gibraltar desde Algeciras, en un grabado de J.C.Bentley.

Con Gibraltar sucede lo que con esas sociedades acerca de las cuales decir la verdad es aventurado; tanto es así que contar cualquier cosa sobre la razón de estar de la colonia suena a música celestial mecida por una tormenta de levante. En ocasiones, porque puede ser peligroso y generalmente porque son tantos los ecos remunerados, que las voces con conocimiento apenas si encuentran onda. Únese a ese oscuro entramado el revoloteo de una legión de aves que, como las pavanas, se mantienen en las proximidades de la nave y sobre sus surcos, a ver si pueden afanar algo de sus despojos. 

Los cimientos de la colonia fueron fraudulentos y el progreso de sus asentamientos, también. ¿Qué puede pues esperarse? Luego vino el progreso derivado de la tolerancia y el consentimiento de la potencia invasora, que abona así la cosecha de silencios de sus moradores sobre la verdadera naturaleza del territorio: una colonia militar. 

Propósitos y circunstancias azarosas, consecuencias de múltiples causas, han terminado por fraguar en lo que Gibraltar es: una base militar británica, utilizada de vez en cuando por la marina norteamericana, en donde una población de extracciones y etnias diversas se ha constituido en la tinta del calamar, en la cortina tras la que ocultar la razón de ser del terreno en el que vive.

Decía un viejo profesor mío que lo que le molestaba no era pasar desapercibido sino que le confundieran. En eso estamos mientras mareamos la perdiz y damos tiempo al dislate. 

Un reciente artículo aparecido en Europa Sur me ha devuelto a la actualidad el viejo concepto de ignorancia inducida; si bien, en este caso, la ignorancia parece más supina que inducida. Tranquiliza observar que esa ignorancia es manifiesta en su autor, doquiera que se refiera a Gibraltar. Pero me temo que no tiene arreglo. Porque es una ignorancia asumida como propia, como elemento vertebrador del discurso. Se adereza su decir con un salpicado de ñoñerías y una retahíla de recursos sensibleros, con la probable intención de inducir en el lector medio un sentimiento de acogida que evite el recurso a la razón y a la inteligencia. Porque, en definitiva, es un insulto a ambas cosas.

Veamos, la colonia no es un colectivo que sea dueño de su destino; de modo que hay que descartar de raíz, cualquier alusión a la democracia como sistema de gobierno. Los fundamentos de la democracia se apoyan en la soberanía popular, en la de quienes la asumen como sistema de convivencia. 

La población gibraltareña está sujeta a la suprema e indiscutible autoridad de un gobernador con poder para anular cualquier decisión de su parlamento. Lo hemos visto con el Brexit, una decisión tomada por el pueblo por aplastante mayoría, su permanencia en la Unión Europea, ha sido no ya ignorada sino invertida. 

Pero no se trata sólo de cuestiones de esta naturaleza, sino también de otras que serían poco más que nimiedades en cualquier país democrático del mundo. En Gibraltar, por ejemplo, no es posible expresarse favorablemente a un entendimiento con España. No es que los yanitos quieran ser británicos, es que no pueden querer no serlo. Londres, como es natural, no reconoce al Gobierno local personalidad jurídica internacional.

Trasladémonos con la imaginación a la primavera de 1968. En el mes de abril, el contencioso sobre la colonia entre el Reino Unido y España –conflictos bélicos descartados– estaba en todo su apogeo. Por más que yanitos y especies allegadas se empeñen, como buena parte de la izquierda española, en mantener al general Franco como profeta de todas sus cuitas, este señor no es, ni mucho menos, quien provocó el cierre de la Verja. 

El Gobierno de Londres estudiaba una falsa descolonización de Gibraltar, inspirándose en algo parecido a lo que es Puerto Rico respecto a Estados Unidos. Y había empezado la tarea utilizando una antigua asociación creada por Albert Risso, Joshua Hassan y unos pocos más, en 1942. La Asociación para el avance de los Derechos Civiles (AACR, en las iniciales en inglés) se creó en Gibraltar aprovechando el importante impasse que para la colonia supuso la implicación del Reino Unido en la Segunda Guerra Mundial.

En 1940 comenzó la evacuación forzosa del pueblo gibraltareño, que no se retrotraería por completo, en muchos casos, hasta pasada una década. Se calcula que ese año se trasladaron a Casablanca más de 13.000 gibraltareños. Sobre todo Londres y también Madeira y Jamaica fueron otros destinos, sumando alrededor de otros 10.000. En Gibraltar quedaron los ciudadanos ligados a servicios imprescindibles o a actividades militares o paramilitares, como fue el caso de los promotores de la AACR, que estaba destinada a constituir –gracias sobre todo a las habilidades del judío-marroquí Hassan– el núcleo nacionalista por excelencia de la colonia.

En Waterport Place, cerca de la zona portuaria, en una conocida rotonda, hay un monumento dedicado al recuerdo de The evacuation of gibraltarians, 1940-1951 con todos los ingredientes estéticos sobre la separación de las familias: niños desconcertados, señora lagrimeando y hombre con maleta en ristre consolando a los suyos. Bastaría con cambiar la plaquita de la base y poner Cierre de la Verja, 1969-1982 o alternar las placas según sea el turismo que acceda a la zona, para que desempeñara el papel ajustado a la escena de que se trate; obsérvese que los períodos se diferencian en un par de años.

No me sorprendería que algún avispado ignorante, de pago o por afición, de tantos como circulan por estos mundos, algún día culpe a Franco de esa evacuación. Pues si el general español se hubiera entendido mejor con los aliados, tal vez hubiera podido habilitarse el Campo de Gibraltar para la gran acogida. 

Pero, hete ahí que, ironías de la Historia, no estará muy lejos de esas cifras el número de pseudoresidentes yanitos en los términos municipales del Campo de Gibraltar a día de hoy. Y más allá, pues parece que Chiclana va adquiriendo notoriedad en las preferencias de los gerifaltes de Covent Place

El Ayuntamiento chiclanero es muy PSOE, de tronco y ramas, y progresa en infraestructuras al servicio de la causa yanita. Es tan grande el telar que apenas si queda sitio para los botones, cada vez más roncos, casi afónicos ya, del rigor y de la seriedad.