12 noviembre 2021

El Papa y el mundo

Editorial


Aunque sería más preciso que me refiriera al Papa y la cultura dominante en la sociedad occidental, que no es, ni mucho menos, la de la totalidad del globo, pero si aquella en la vivimos inmersos.

De una manera sistemática se celebra a Francisco por considerar que se encuentra mucho más próximo a los valores y concepciones que imperan sobre todo en Europa y Estados Unidos. 
Y se considera que éste es el buen camino que debe seguir la Iglesia para salir de su declive en Occidente. 

Planteado en estos términos, hay que decir que en todo esto hay una simplificación excesiva, en el mejor de los casos, o la voluntad de arrimar el ascua a la propia Sardina. Porque el Papa es, como todos los que le han precedido y antes que nada, Papa, y no un apéndice del mundo. Basta con situar dos elementos emblemáticos absolutamente antagónicos con la cultura dominante para constatarlo: el diablo y el aborto.

Quizás no habrán reparado en ello, pero Francisco es uno de los Papas post conciliares que más veces se ha referido a aquella figura personal del mal con mayúsculas en sus predicaciones. 

Por otra parte, y sobre el aborto, se ha referido a él en términos durísimos y en reiteradas ocasiones. La última con ocasión del vuelo de regreso desde Eslovaquia a Roma el pasado mes de septiembre, cuando declaró a los periodistas que le acompañaban: «el aborto es un homicidio» y quien practica un aborto es un «sicario» que «mata». Mas lejos del mundanal ruido que estos dos concepciones resulta imposible situarse.

Pero es que además, pretender que lo que va a salvar a la Iglesia es la concepción que ahora domina culturalmente en buena parte de Europa, y de una manera muy notable en España, es un absurdo sencillamente descomunal.

Muchas de las personas que, de una manera u otra, mantienen esta tesis de imitar al mundo occidental de ahora como vía de superar las dificultades eclesiales, son al mismo tiempo quienes más critican el conjunto de crisis acumuladas que esta misma sociedad desvinculada genera, y no resuelve, desde violencias sexuales de todo tipo al crecimiento desmesurado de adicciones y dependencias, de crecimiento de desigualdad y pobreza, a fracasos acumulados en como abordar las migraciones, el cambio climático, la destrucción de los creado, la ruptura de la solidaridad generacional, la emergencia educativa, el predominio de la cultura basura, la infelicidad en las inestables y cambiantes relaciones de pareja, el hundimiento demográfico y la progresiva conversión de Europa -y España de manera destacada- en un gran geriátrico. 

La lista es larga e incompleta. Y la cultura, los poderes políticos y mediáticos que han hecho posible este desorden, a pesar de un dominio extraordinario sobre la ciencia y la técnica ¿van a ser los maestros de esta otra sociedad que es la Iglesia?

La Sociedad Desvincula empezó a forjarse en Occidente a medianos del siglo XX y ha eclosionado en el actual, aunque como sucede con todo escenario histórico, puedan rastrearse más atrás, la Ilustración, la modernidad, parte de sus componentes. 

Pero su actual configuración tiene poco más de medio siglo. La Iglesia tiene más de 2000 años de experiencia, y siempre se ha renovado a partir de la fidelidad a sus acuerdos fundamentales. Siempre ha sido capaz de superar sus propios pecados, que son muchos, porque está habitada por seres humanos que son sus portadores, pero que posee la gracia de superarlos. 

Porque puede perder en un momento dado su eje -¿quién recuerda el periodo en el que llegaron a existir tres papas enfrentados?- pero siempre lo recupera porque funciona el tensor Cristiano del Espíritu Santo, que impulsa el buen horizonte de sentido, que no nace de la reflexión humana, sino que como muestran las Bienaventuranzas y el Sermón de la Montaña, surge de la visión de Dios sobre el mundo, que en muchos aspectos poco tiene a ver con las aspiraciones mundanas. 

 ¿A qué mundanidad le cabe en la cabeza que sean bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es, nada menos, que el Reino de Dios?