12 noviembre 2021

San Francisco en Glasgow

P. Santiago Martín FM


Indignante: usan líderes mundiales más de 400 jets privados para llegar a cumbre climática En lugar de asistir en vuelos comerciales, como en los que envían a sus asistentes, los ’líderes mundiales’ que fueron a hablar sobre el cambio climático lo hicieron en jets privados. Saturaron el aeropuerto de Escocia y se estima emitieron 13 mil toneladas de emisiones de CO₂.

“I have a dream”, “Yo tengo un sueño”. Así empieza el más conocido discurso de Martin Luther King pronunciado en las escaleras del monumento a Lincoln en Washington en 1963. 

Pues bien, esta noche yo también he tenido un sueño. He soñado que San Francisco recibía un permiso especial de Dios y volvía a la tierra para participar en la cumbre de Glasgow sobre el clima. Había ido desde su Asís natal, donde está enterrado su cuerpo, usando medios públicos y no en uno de los sesenta aviones privados que han llevado a los grandes de la tierra al evento. 

Para hablar de la contaminación usan aviones que contaminan, cuando podían haberse ahorrado eso participando con una video conferencia, si es que no podían ir en medios públicos por razones de seguridad. Pero claro, lo que importa de verdad no es el clima, sino la foto electoral. El clima es sólo la excusa.

Al conocerse quien era, se le permitió a San Francisco ocupar la tribuna de oradores y se hizo un silencio expectante esperando sus palabras. Entonces el santo de Asís comenzó a desgranar el Cántico de las Criaturas, haciendo antes una introducción para explicar a los ignorantes que era un himno al Creador por parte de las criaturas que Él había creado y no un himno a las criaturas, divinizadas y colocadas en el puesto de su Señor. 

Insistió, en la introducción, en el amor que tenía a todas esas criaturas, como obras de Dios, y en especial a la tierra, a la que llamó primero “hermana” y luego “hermana madre”, para dejar claro que no había nada más alejado de su intención que considerarla una diosa andina, la “pacha mama”. Es una criatura -dijo el santo-, como lo es la “hermana muerte”, que a todos nosotros nos va a visitar para llevarnos a la patria definitiva, siempre que muramos en gracia de Dios, pues “¡ay si en pecado grave sorprende al pecador!”.

Tras la introducción empezó a recitar su himno de alabanza a Dios, pero ya en el gran salón de reuniones habían comenzado los murmullos de desaprobación. Cuando terminó quiso añadir algo, a modo de conclusión. Con el arrojo y valentía que suelen tener los santos, habló a la distinguida audiencia de la necesidad de cambiar el estilo de vida. Les dijo que era imprescindible y urgente la conversión. Pero no sólo la conversión verde o la conversión energética o la conversión política, que son conceptos que se usan para pedir que se tomen medidas de carácter general, sino la conversión personal. 

No nos sentimos responsables de los pecados colectivos -dijo- y por eso no se hace casi nada. Hay que volver a plantearse las cosas desde la vieja y sana moral católica, hablando de los pecados personales y, en este caso, hay que pedir a todos y a cada uno la práctica de esa forma moderna de pobreza que se llama austeridad. Una austeridad que lleve a gastar lo necesario, pero no más. Una austeridad que alimente a la caridad, porque no se trata de gastar menos para tener más, sino para compartir más y ayudar a los que no pueden gastar ni siquiera lo mínimo para sobrevivir. 

Mientras San Francisco desgranaba su discurso, las voces de protesta iban aumentando en la sala, especialmente cuando utilizó el término “pecado”, que hizo removerse inquietos a muchos en sus asientos y llevó a otros a levantarse y salir del aula, diciendo que aquel modo de hablar era inadmisible. 

Claro que el malestar aumentó mucho más cuando el santo dijo que no entendía cómo se podían gastar tantos millones en viajes de turismo espacial, como los que están haciendo los muy ricos, mientras había muchísimos hombres muriendo de hambre.

En ese momento, mi sueño se transformó en pesadilla. El discurso de San Francisco fue interrumpido por los gritos de los espectadores y unos guardias de seguridad se lo llevaron a rastras a algún oscuro sótano para intentar aclararle a golpes de qué iban en realidad todas estas cosas del cambio climático. 

Antes de que los esbirros pudieran emplearse con él de manera convincente, me desperté. El sueño se había convertido en pesadilla. Pero, cuando me calmé, aliviado por el hecho de que San Francisco no estuviera siendo torturado por los tolerantes, unas palabras suyas quedaron flotando en mi mente y en mi corazón: vida eterna, criaturas que agradecen a su Creador, austeridad, caridad. Y ya no quise volver a dormir para no olvidarlas.